miércoles, 30 de septiembre de 2015

Cuestión de peso

Me he criado en una casa en la que una madre me ha sacado adelante sola con el sudor de su frente, educándome de la mejor forma que ha sabido y creo, que no lo ha hecho nada mal… Ser madre es una cosa que te pasa en  la vida y es tan maravillosa… Pero ahora que soy madre, sé que no es fácil, no hay libro de instrucciones y en muchas cosas nos vamos a equivocar, y en otras desde luego lo haremos perfecto, pero de lo que no hay duda es de que siempre haremos las cosas como mejor sepamos por nuestros hijos.
Ya os he dicho, de que creo que mi madre lo ha hecho lo mejor que ha podido y doy fe de que ha sido la mejor madre que me ha podido tocar en esta tómbola de la vida, y que por nada ni nadie la cambiaría, pues estoy infinitamente agradecida a ella y para mí es un gran referente en mi vida. Pero también ha habido cosas no tan buenas…
Y es que desde que tengo uso de razón, siempre ha estado diciendo delante de mi eso de: “Qué gorda estoy”, como si estar gorda fuera algo horrible, una peste, algo horroroso… y el crecer así, me ha condicionado hasta extremos insospechados. Extremos en no querer hacerme a la idea de que mi cuerpo a los 35 años no es el que era a los 16, no querer hacerme fotos, no querer comprarme ropa, no aceptar la realidad y enfadarme por ser incapaz de adelgazar, de ponerme a hacer deporte, de tener la fuerza de voluntad necesaria para no comerme un trozo de chocolate, unas palomitas de maíz o de picotear en un cumpleaños. Para la gente que me rodea he sido un autentico suplicio, sobretodo para mi marido…
Pero el otro día, en una charla con mi madre, en la que de nuevo salió el tema al decirme que estoy “más hinchada”, exploté. En primer lugar, no quiero que mi hija siga el ejemplo que yo seguí con mi madre de pasarme el día frente al espejo llorando lo gorda que estoy y que ella lo absorba como una esponja que con 4 años es. Y en segundo lugar, porque antes de llegar al verano pasado, me propuse hacer una dieta en la que perdí 7 kilos y ¿Sabéis qué? No fui más feliz, ni cambió nada de alrededor.
Es verdad que me veía mejor con la ropa, pero por otra parte, eso tampoco es algo excepcional, mi marido seguía conmigo de la misma forma que antes de adelgazar, no me salieron más amigos por estar delgada, ni cambió mi personalidad, ni si quiera los hombres me miraban más por la calle –cabe decir que no me miran de todos modos-, seguí igual que siempre, ni gané ni perdí salud porque mi sobre preso no es excesivo, y para más inri… Si fui un poco más infeliz, porque ni podía comerme un trozo de pastel, ni un helado ni nada de nada.
Yo soy así, quien me quiere bien y quien no… ¿os acompaño a la puerta? Lo que si que sé es que quien se debe de querer es uno mismo, querer y aceptar, porque no todos somos iguales y en el gusto está la variedad.

Besos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario