Me he criado en una casa en la
que una madre me ha sacado adelante sola con el sudor de su frente, educándome de
la mejor forma que ha sabido y creo, que no lo ha hecho nada mal… Ser madre es
una cosa que te pasa en la vida y es tan
maravillosa… Pero ahora que soy madre, sé que no es fácil, no hay libro de
instrucciones y en muchas cosas nos vamos a equivocar, y en otras desde luego
lo haremos perfecto, pero de lo que no hay duda es de que siempre haremos las
cosas como mejor sepamos por nuestros hijos.
Ya os he dicho, de que creo que
mi madre lo ha hecho lo mejor que ha podido y doy fe de que ha sido la mejor
madre que me ha podido tocar en esta tómbola de la vida, y que por nada ni
nadie la cambiaría, pues estoy infinitamente agradecida a ella y para mí es un
gran referente en mi vida. Pero también ha habido cosas no tan buenas…
Y es que desde que tengo uso de
razón, siempre ha estado diciendo delante de mi eso de: “Qué gorda estoy”, como
si estar gorda fuera algo horrible, una peste, algo horroroso… y el crecer así,
me ha condicionado hasta extremos insospechados. Extremos en no querer hacerme
a la idea de que mi cuerpo a los 35 años no es el que era a los 16, no querer
hacerme fotos, no querer comprarme ropa, no aceptar la realidad y enfadarme por
ser incapaz de adelgazar, de ponerme a hacer deporte, de tener la fuerza de
voluntad necesaria para no comerme un trozo de chocolate, unas palomitas de
maíz o de picotear en un cumpleaños. Para la gente que me rodea he sido un
autentico suplicio, sobretodo para mi marido…
Pero el otro día, en una charla
con mi madre, en la que de nuevo salió el tema al decirme que estoy “más
hinchada”, exploté. En primer lugar, no quiero que mi hija siga el ejemplo que
yo seguí con mi madre de pasarme el día frente al espejo llorando lo gorda que
estoy y que ella lo absorba como una esponja que con 4 años es. Y en segundo
lugar, porque antes de llegar al verano pasado, me propuse hacer una dieta en
la que perdí 7 kilos y ¿Sabéis qué? No fui más feliz, ni cambió nada de alrededor.
Es verdad que me veía mejor con
la ropa, pero por otra parte, eso tampoco es algo excepcional, mi marido seguía
conmigo de la misma forma que antes de adelgazar, no me salieron más amigos por
estar delgada, ni cambió mi personalidad, ni si quiera los hombres me miraban
más por la calle –cabe decir que no me miran de todos modos-, seguí igual que
siempre, ni gané ni perdí salud porque mi sobre preso no es excesivo, y para más
inri… Si fui un poco más infeliz, porque ni podía comerme un trozo de pastel,
ni un helado ni nada de nada.
Yo soy así, quien me quiere bien
y quien no… ¿os acompaño a la puerta? Lo que si que sé es que quien se debe de
querer es uno mismo, querer y aceptar, porque no todos somos iguales y en el
gusto está la variedad.
Besos.